En su famoso ensayo La cámara lúcida, Roland Barthes apuntaba que toda fotografía encierra una fatalidad —“repite de manera mecánica lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”— y un impulso casi religioso: “La fotografía tiene algo de resurrección”. Barthes llegó aún más lejos al afirmar que la fotografía es la manera en la que nuestro tiempo asume la muerte. Esta espiral metafísica quizá explique la creciente fascinación por la fotografía anónima y popular, un baile de espectros que está haciendo proliferar el rescate —algunos directamente del cubo de la basura— de archivos desconocidos.
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