El arte brasileño se ha movido desde las vanguardias de comienzos del siglo pasado a la búsqueda de una voz que sonara fuerte, y en la que se fusionaran los mundos, se reprodujera ese mosaico de vidas que componen la cultura del país, y en la que el resultado fuera algo muy diferente y propio. Integración y contaminación. Desde el 'Abaporu' de Tarsila do Amaral, que inspiró el manifiesto de Oswaldo de Andrade se proponía recuperar la cultura y las tradiciones autóctonas, a la vez que se devoraba aquel arte que había sido impuesto desde Europa. Así nació el tropicalismo, movimiento que abarca el cine, el teatro, la escultura o la pintura. Artistas como Hélio Oiticica o Lygia Clark persiguieron un tipo de creación en el que se combinara la cultura popular con las formas de la vanguardia.
Ya los artistas nacidos a comienzos de siglo se preocuparon de que la ética viniera ligada a la política. Fue el caso de Lygia Pape, o de Cildo Merieles y Artur Barrio, nacidos más tarde. El empleo de materiales no convencionales, de uso diario o denostado como la basura en el caso de Artur Barrio, uno de los conceptuales más radicales de los sesenta, —quien denunció asimismo la opresión en el Tercer Mundo—, también ha sido marca de la inmensa creación brasileña.
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