Los apóstoles de la buena gobernanza de Europa practicaron su talentos
sobre la espalda de Grecia y se ha perdido la cuenta de las reuniones
del eurogrupo o de las cumbres de jefes de Estado y de gobierno que se
han sucedido en la improvisación a fin de cerrar in extremis un tercer
plan que, como los precedentes, no resuelve nada.
¡Ahora
están de nuevo en marcha! Ante el flujo de refugiados que, por decenas
de millares, huyen masivamente de la guerra, abriéndose tenazmente un
camino en Europa para buscar un refugio en circunstancias dramáticas,
las autoridades europeas hacen prueba de este mismo talento, del que
parecen disponer de una inagotable reserva. A pesar de una urgencia que
no se discute, no han puesto en marcha la necesaria respuesta
humanitaria. Su única preocupación parece ser no crear un “efecto
llamada”, desesperados de no poder detener en las fronteras este flujo
que el Alto Comisariado para los refugiados de las Naciones Unidas
califica como la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra
Mundial.
Siempre prestos para adoptar el lenguaje adecuado, las
autoridades europeas han seleccionado esta vez el término neutro de
“migrante” para designar a los refugiados y proscribe el de éxodo: todo
para no llamar a las cosas por su nombre e implicar una respuesta a la
altura de las circunstancias. Se impone la constitución de verdaderos
corredores humanitarios, de los que no se habla, ya que es demasiado
tarde para el deber de injerencia, pero los refugiados son dejados a su
suerte y solo pueden contar con la solidaridad y ayuda de los que se
cruzan en su periplo antes de intentar acceder a los países que, con
suerte, les puedan acoger. A fin de cuentas, la historia está repleta de
grandes bajezas.
Mientras se desarrolla esta tragedia, primero
en el mar y después en tierra –el Mediterráneo comparado con un
cementerio– nuestras autoridades se lían con su propia reglamentación
del derecho de asilo europeo: la inoperante Convención de Dublín. La
Comisión ha visto torpedeado su modesto proyecto de excepción porque,
según algunos gobiernos, introducía inaceptables “cuotas” de reparto de
los refugiados, solo 32.000 refugiados conseguían el asilo mientras que
340.000 personas han entrado sin permiso desde inicios de año en la
Unión Europea. Una cifra a comparar con las 280.000 del año precedente.
Un esfuerzo de integración parecería sin embargo posible, ¡pero no!
Relacionadas con la población de los 28 países de la Unión Europea, las
llegadas este año representan el 0,07% de la población global.
Ante la emoción levantada por el desamparo de los refugiados, se ha
puesto de actualidad la cuestión de un derecho de asilo europeo que
plantee quien se beneficiará del mismo y no resolviendo la cuestión de
quien les acogerá.
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