América latina fue y es escenario privilegiado de ofensivas de la
derecha pretendiendo restaurar el viejo orden neoliberal. No es casual:
es la región donde la derecha quedó más desplazada, ya que viene
perdiendo elección tras elección en los países con gobiernos
progresistas. La ofensiva neoconservadora se basa en intentos de
desestabilización política, desde la explotación de su arma más
poderosa, el monopolio privado de los medios de comunicación.
Los intentos de restauración juegan todas sus fichas a ganar las
elecciones, con candidatos jóvenes –que sugieren cambio–, con discursos
tan vacíos como los de sus progenitores políticos, campañas de imagen a
través de los principales medios audiovisuales, gráficos, cibernéticos y
de calle y, cuando ven que no les alcanzan los votos, juegan a la
desestabilización institucional, económica, política, usando todos los
medios –incluyendo los menos éticos– para condicionar al gobierno
progresista.
Los medios vociferan “fraude” desde meses antes de las elecciones, a
sabiendas de que los votos no les alcanzan para desalojar
constitucionalmente a los gobiernos que privilegiaron la equidad y la
justicia social frente al pago de la deuda externa y la dependencia del
capital financiero y los fondos buitre.
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