Gente no son: nadie podría tolerar oír que se ahogan seres humanos
una y otra vez. En el mejor de los casos, son estadísticas sombrías pero
intangibles, que sirven para chasquear la lengua antes de retomar la
rutinaria vida cotidiana. Para otros, son una indeseada muchedumbre que
no es bienvenida y que la Fortaleza Europa debe mantener fuera: llena de
potenciales sanguijuelas indignas que no tienen sitio en Occidente. En
la jerarquía de la muerte, cualquiera etiquetado de “inmigrante” debe
ocupar su lugar cerca del fondo. Es un mundo deshumanizado: para
demasiada gente, eso sucede por ahí abajo con “pequeños delincuentes”, y
¿quién llora a los pequeños delincuentes?
A medida que se
filtran de modo efímero en la cobertura mediática las noticias de cerca
de 200 refugiados muertos frente a las costas de Libia, lo único
garantizado es que habrá más que se ahoguen. Y con las noticias de los
más de 70 refugiados hallados muertos en un camión en Austria –tratar de
imaginar sus últimos momentos de vida dispara una horrible sensación en
la boca del estómago– sabemos que se encontrarán más cuerpos en más
camiones. Aquellos de nosotros que deseamos un trato más compasivo para
las personas que huyen de situaciones desesperadas, hemos fracasado a la
hora de ganarnos la opinión pública, y el precio de eso es la muerte.
Para los que creen que la hostilidad a los seres humanos de otros
países que han perdido en la lotería de la vida es algo en nosotros
innato, hay pruebas de lo contrario. Alemania acepta cerca de cuatro
veces más de refugiados que Gran Bretaña; y por cada sirio que busca
asilo recibido por Gran Bretaña, Alemania acepta 27. Y pese a que
nuestra generosidad se compara descarnadamente con la alemana, la mitad
de los alemanes se mostraba a favor en un sondeo de admitir todavía a
más refugiados.
Es este un debate que no pueden ganar las
estadísticas. Podemos decirle a la gente que quienes llegan hasta Europa
representan una minúscula fracción de la población mundial de
refugiados, que mientras que los países en vías de desarrollo albergaban
el 70% de los refugiados hace una década, poco más o menos, esta cifra
ha dado ahora un salto hasta el 86%. Países bastante más pequeños y
pobres aceptan bastantes más que nosotros, como el Líbano, con una
población en torno a los 4,5 millones, entre los que se cuenta 1,3
millones de refugiados sirios. Pero eso no transformará las actitudes de
la gente. Hemos de hacerlo con historias, humanizando a refugiados que,
de otro modo, carecerán de rostro.
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