La dicotomía en la que siempre se ha movido Rusia, tanto antes como
después de la URSS, se está exacerbando en las últimas semanas. Esa
dicotomía, pro-occidentales (ellos se llaman a sí mismos
“euroatlánticos”) frente a euroasiáticos (1) está resurgiendo con fuerza
en lo que supone el último intento por parte de los primeros por
condicionar la política del Kremlin.
Putin, un euroasiático
convencido, ha estado intentando mantener un delicado equilibrio entre
la oligarquía pro-occidental, a la que descabezó en el año 2000 al
llegar la presidencia pero a la que también ha intentado controlar
otorgándola importantes parcelas de poder en sus gobiernos (sobre todo
poniendo en sus manos los ministerios económicos y el Banco Central), y
la euroasiática. Los pro-occidentales defienden a capa y espada el
neoliberalismo y la globalización occidental, mientras que los segundos
proclaman un mayor distanciamiento respecto a un Occidente “cada vez más
agresivo”.
La situación ha llegado a un punto en el que los
pro-occidentales están viendo cómo la política agresiva de la OTAN y la
combinación de las amenazas militares con las geo-financieras está
reforzando el poder y la influencia de los euroasiáticos, ya de forma
definitiva, por lo que han hecho un último movimiento muy arriesgado:
intentar convencer a Putin, en la última reunión del Consejo Económico
de Rusia, de que sólo haciendo concesiones geopolíticas será posible una
buena sintonía con Occidente. Por supuesto que no lo dicen así, sino
que lo enmascaran con un discurso económico en el que afirman que “Rusia
se ha quedado atrás tecnológicamente” y que si se quiere revertir esa
situación “hay que integrarse en las cadenas de producción
internacionales para atraer la inversión”. Y dado que eso es hoy por hoy
imposible debido a las sanciones unilaterales impuestas por Occidente a
Rusia desde 2014, “hay que reducir las tensiones geopolíticas”. Es
decir, que Rusia tiene que rendirse.
El problema es que una gran
parte de Rusia, por no decir toda dado que los pro-occidentales son
irrelevantes entre la población, ha llegado al convencimiento que haga
lo que haga, cualquier acto de defensa en términos militares –ante la
expansión de la OTAN- o económicos –en respuesta a las sanciones-, va a
ser interpretado por Occidente como agresivo y ofensivo. La OTAN, es
decir, EEUU y sus vasallos, no perdona a Rusia que tuviese que retirarse
con el rabo entre las piernas de Georgia en 2008, ni que en 2014 Rusia
apoyase a los antifascistas del Donbás que se oponían al golpe nazi del
Maidán. Esta fue la excusa para las sanciones, que todavía se mantienen
aunque cada vez hay más grietas entre los europeos para que se renueven.
Por eso en la reunión el pasado mes de mayo del conocido como G-7
(supuestamente los países más industrializados del mundo, pero
curiosamente no está China en él y Rusia fue excluida del mismo hace dos
años) se insiste mantenerlas para evitar la disidencia dentro de la UE.
Un dato: el presidente de Ucrania, el filonazi Poroshenko, acaba de
nombrar asesor presidencial al antiguo secretario general de la OTAN
Anders Fogh Rasmussen, quien nunca ocultó su simpatía por el golpe
fascista del Maidán.
Sem comentários:
Enviar um comentário