Se suele asumir que los intelectuales tienen poco o ningún poder
político. Subidos en su privilegiada torre de marfil, desconectados del
mundo real, enredados en debates académicos sin sentido sobre minucias, o
flotando en las nubes abstrusas de la teoría de altos vuelos, se suele
retratar a los intelectuales como separados de la realidad política e
incapaces de tener cualquier impacto significativo sobre ella. Pero la
Agencia Central de Inteligencia (CIA) piensa de otra forma.
De
hecho, el organismo responsable de planificar golpes de Estado, cometer
asesinatos y manipular clandestinamente a gobiernos extranjeros no solo
cree en el poder de la teoría, sino que asignó importantes recursos para
mantener un grupo de agentes secretos dedicados a estudiar a fondo lo
que algunos consideran la teoría más recóndita e intricada jamás
producida. Un documento de investigación escrito en 1985 y que
recientemente ha sido desclasificado y publicado con ligeras
adaptaciones, haciendo uso de la Ley de Libertad de Expresión, revela
que la CIA dispuso de agentes dedicados a estudiar las complejas e
influyentes teorías asociadas a los autores franceses Michel Foucault,
Jacques Lacan y Roland Barthes.
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