Inmigrantes yemeníes se manifiestan en repudio del decreto del
presidente Trump que prohíbe la entrada de extranjeros musulmanes al
país. Brooklyn (Nueva York), 2 de febrero de 2017 (Reuters / Lucas
Jackson).
El pueblo de Nueva York sabe bien cómo tratar con Donald Trump, pues
batalla con él desde alrededor de 1980, cuando el magnate inmobiliario
comenzó a erigir su imperio en el barrio de Manhattan. Con tales
antecedentes queda descartado que la metrópolis neoyorkina se deje
amedrentar por el famoso y flamante primer mandatario de los Estados
Unidos, quien lleva toda la vida tratando de conquistarla, en vano.
Cuando la semana pasada la Casa Blanca dio a conocer el decreto que
conmovió al mundo por el cual se ordena la construcción de una muralla
en la frontera con México y se prohíbe entrar en los Estados Unidos a
ciudadanos procedentes de determinados países musulmanes ( [i] ), la ciudad se puso en pie como un resorte, impresionada por la estremecedora noticia, pero sin miedo.
Los conductores de vehículos de alquiler de Nueva York
pertenecen en su mayor parte a la diáspora musulmana radicada en los
Estados Unidos, cuyo grueso, hay que precisarlo, emigró de los países de
mayoría musulmana que son objeto del decreto de Trump. No bien se
divulgó la noticia, el gremio se manifestó en el aeropuerto de la ciudad, el John FitzGerald Kennedy
, que pasó a ser rápidamente el punto neurálgico de la resistencia al
decreto de inmigración y de la muralla de la frontera con México. El
sindicato de los obreros del volante, la New York Taxi Workers Alliance (NYTWA) [Unión Obrera del Taxímetro], emitió un comunicado llamando a resistir y decretó la huelga:
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