Los que se intercambian
bombas también se intercambian signos. En el caso de Trump, un hombre
adicto a las redes sociales que ganó las elecciones y gobierna a golpe
de tuit, casi sorprende que haya lanzado 59 misiles Tomahawk y no 140
sobre la base siria de al-Shayrat. Ese ataque tiene toda la pinta de ser
otro tuit. Un tuit, de entrada, contra Obama. En este intercambio de
signos, podemos interpretar así la secuencia. Obama, errático,
dubitativo y finalmente claudicante en Siria, formalmente opuesto al
régimen de Asad, demuestra un excesivo intervencionismo a los ojos de
Trump, quien decide cambiar la política estadounidense y -según una
declaración reciente- dejar que “los sirios decidan el destino del
régimen”, lo que equivale a sostenerlo formalmente. Asad, en buena
lógica, conjetura que, si no pasó nada en 2013 cuando usó armas químicas
bajo la presidencia de su “enemigo” Obama, menos pasará ahora bajo la
presidencia de su “amigo” Trump. Así que decide usar gas sarín y matar
83 civiles en Jan Seijun. La respuesta de Trump, imprevisible, es
estrictamente lógica en términos semióticos. Se trata de una situación
ideal para mandar un tuit retórico contra Obama y justificar a la vez
varios reordenamientos geoestratégicos. Obama -tuitea Trump sus
Tomahawks- hizo dos cosas mal: se entrometió demasiado en Siria y, al
mismo tiempo, no paró los pies a Asad cuando cruzó “la línea roja”;
defendió mal los intereses de EEUU y defendió mal los de la Humanidad.
Poco importa que en agosto de 2013 Trump se opusiera a una respuesta
militar de EEUU. Ahora está muy afectado “por la muerte de niños y hasta
de bebés” y, ante la impotencia del Consejo de Seguridad de la ONU, se
revela una vez más “temperamental” e “irracionalmente justo” y da la
orden al Pentágono “desde el corazón”. Lo que no hizo nunca Obama, tan
beligerante en su discurso contra el régimen sirio, lo hace Trump, tan
complaciente: no me entrometo, como hizo mi antecesor, pero, al
contrario que él, me tomo en serio “las líneas rojas”. Manda, pues, un
tuit explosivo de 59 caracteres que, en todo caso, sólo sorprende a ese
sector de la izquierda estalibana, encerrado en esquemas campistas del
siglo XX, que se alegró de la victoria del magnate con tupé porque iba a
ser el primer presidente de los EEUU “pacifista, no intervencionista y
hasta anti-imperialista”.
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