Cuando el primer ministro de Israel David Ben Gurion
quiso trasladar la capital de Israel desde Tel Aviv a Jerusalén en 1949,
es decir un año después de la creación del estado judío, varios
miembros de su gobierno le dijeron que era una provocación,
especialmente una provocación dirigida contra los de Estados Unidos.
Sesenta
y ocho años después, Donald Trump ha decidido dar un carpetazo al
consenso internacional y declarar Jerusalén como capital de Israel. Eso
no significa que vaya a trasladar la embajada de Tel Aviv
inmediatamente, pero despeja el camino para una decisión ulterior en ese
sentido del propio Trump o de alguno de los futuros inquilinos de la
Casa Blanca.
Ha habido unas cuantas protestas en las
últimas horas. Destacaremos las de Francia, el Reino Unido y Alemania,
aunque se trata de dos de los países que más han hecho para que se
llegue a la actual situación, en la que un estado palestino en el 22 por
ciento de la Palestina histórica parece más imposible de concretar que
nunca.
Francia, el Reino Unido y Alemania, con su
ciega ayuda a Israel y a la ocupación, algo que no es nuevo, que no es
una cosa de meses, sino que prácticamente arranca con la misma creación
de Israel, han contribuido como ningún otro país, descontando Estados
Unidos, a impulsar la política exterior de otro país, Israel, obrando en
contra de los intereses de Europa.
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