Una vez más, una tragedia humanitaria inminente, aunque evitable, está a
punto de cernerse sobre Siria. El jueves pasado, las fuerzas de Bashar
al-Asad arrojaron octavillas
sobre uno de los últimos baluartes rebeldes –la provincia de Idlib-,
instando a sus habitantes a rendirse ante su gobierno y asegurándoles
que los siete años de guerra están llegando a su fin. A continuación,
desataron una oleada de ataques aéreos, indicando así Asad que su
siguiente prioridad es recuperar el control total de Idlib.
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