Dicen que desde las alturas, las cosas se ven con más claridad, pero esta es una verdad a medias. Al menos en lo que concierne a Nueva York. La gran urbe, el témpano de diamante que flota en las aguas de un río, —como la definía Truman Capote—, contiene tantas aristas, tantas perspectivas y profundidades que puede volverse engañosa. Lo sabe muy bien John Tauranac, profesor de arquitectura en la neoyorquina Shool of Continuing and Professional Studies.
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