Los analistas temen que las señales contradictorias de la
Administración Trump pueden ocultar un plan que permita al embajador de
Estados Unidos trabajar fuera de Jerusalén
Desde las
ventanas del edificio gris con forma de cubo que alberga la embajada de
Estados Unidos en Tel Aviv, el personal disfruta de una vista sin
perturbaciones a lo largo del Mediterráneo y una playa en el verano
adornada con hamacas y sombrillas.
La mayoría de los días la
única evidencia de la actividad está fuera, en el pavimento: una
serpenteante cola de israelíes en una puerta lateral, aferrando sus
documentos y vigilados por soldados israelíes mientras esperan con
expectación para un visado de viaje a los Estados Unidos.
El
gris exterior no ofrece ninguna pista de la furiosa batalla incendiaria
que se libra en las estancias sobre si los días de la embajada están
contados. Israel y sus aliados en la nueva Administración de Donald
Trump quieren trasladar la embajada a Jerusalén, a 70 kilómetros de
distancia.
La distancia puede ser corta pero el movimiento
corre el riesgo de un terremoto político y diplomático, según la mayoría
de los analistas.
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