Nunca escarmentamos en cabeza ajena. Quizá por eso los ricos cada vez
son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Ya en el siglo XVI se
preguntó un joven francés por qué los pobres escogen a sus verdugos. Le
echó la culpa a la rutina. En Venezuela rompe la rutina un helicóptero
robado y piloteado por un golpista que dispara contra el Tribunal
Supremo de Justicia, unos opositores que prenden fuego vivo a un
chavista, gente que odia tanto a Maduro que disparan desde las ventanas
de los barrios caros y matan a los suyos.
Cuando Ulises y su
tripulación llegaron a la isla de la hechicera Calipso, el problema no
fue la hermosura del paisaje o la suculencia de los manjares, sino que
la búsqueda de la patria había sido derrotada por la desmemoria. La
maldición del olvido detiene el viaje. Sin memoria no hay proyecto y sin
historia la nave se queda parada en un lugar sin gloria. En Venezuela
llevan más de diez años repitiendo un manual de guerra escrito en las
cancillerías imperiales.
Ocurrió en España en julio de 1936,
cuando las potencias occidentales decidieron abandonar a la II República
argumentando que se había escorado a la izquierda. Ocurrió en
septiembre de 1973, cuando las democracias occidentales decidieron
abandonar al Chile de Allende y el Frente Popular porque la Guerra Fría
dictaba sus claves. Lleva pasando en Venezuela desde diciembre de 1998
cuando Hugo Chávez rompió la maldición que condenaba a la soledad a
Venezuela y a América Latina y el “mundo libre” entendió que la libertad
no se comparte con las mayorías.
El modelo neoliberal no aguanta. Por eso cada vez está más violento. Y por eso las victorias cada vez son más luminosas.
Ahí
está Lenín Moreno en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Ahí está Jeremy
Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Podemos en
España, como señales que avanzan frente a la decadencia de Theresa May,
la insania de Donald Trump o la corrupción de Mariano Rajoy. Ahí están
igualmente los pueblos alzados de América Latina enfrentados al corrupto
Temer en Brasil, al envilecido Macri en Argentina, al peluche Peña
Nieto en México o al mentiroso de Santos en Colombia. Y también están en
las calles de Santiago defendiendo el Frente Amplio o en las calles de
Caracas sosteniendo el gobierno de Nicolás Maduro porque saben que los
corsarios de la oposición vienen con el cuchillo en la boca y pasaporte
norteamericano.
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