Si Fairuz, de 45 años,
estira su brazo lo suficiente, puede tocar la tienda de su vecino. La distancia
entre su maltrecho refugio y el adyacente es de solo 50 cm.
Esa es una cuarta parte
de la distancia mínima a la que se supone deben estar unos de otros si las
personas siguen las regulaciones de distanciamiento social del coronavirus.
Como la mayoría de las
otras 30 familias en este campamento
informal de refugiados sirios en Arsal, en el noreste de Líbano,
Fairuz, madre de tres niños, vive con los cuatro miembros de su familia en una
habitación y no disponen de suficiente agua para lavarse las manos siquiera
someramente. Y tienen también racionada la comida.
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