A la sombra de la Bomba
Elaño 1945 fue un año importante. En muchos aspectos, casi todos
buenos. Se consumó la derrota militar y política del nazi-fascismo
en Europa y del militarismo japonés en el Extremo Oriente. Se
celebró en San Francisco la conferencia multinacional de la que
surgió la Carta de las Naciones Unidas y todo el conjunto de
organizaciones y organismos internacionales que constituyen el
llamado Sistema de las Naciones Unidas. Gracias a los esfuerzos de
algunos de dichos organismos, millones de expatriados a causa de la
guerra pudieron emprender el camino de regreso a sus lugares de
origen (hecho ensombrecido, no obstante, por los lamentables casos de
deportaciones forzosas de poblaciones de cultura alemana radicadas
desde mucho tiempo antes en algunos países del Este, como ocurrió,
por ejemplo, con los alemanes residentes desde mediados del siglo
XVIII, como mínimo, en Silesia, región recuperada en 1945 por
Polonia). Asimismo se iniciaron en varios países europeos las
reformas sociales que darían origen al Estado del Bienestar. En
definitiva, un nuevo espíritu surgió de las ruinas de las ciudades
y de los campos devastados: un sentimiento de solidaridad asentado en
la experiencia de los enormes sufrimientos colectivos padecidos
durante seis largos años de conflagración mundial y animado por la
voluntad de impedir a toda costa que aquel horror pudiera volver a
repetirse. Un film relativamente reciente del director británico Ken
Loach lo bautizó sin más como “El espíritu de 1945”.
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