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sexta-feira, 2 de junho de 2017

Huelga de hambre/Gaza

El 27 de mayo pasado, la huelga de hambre de los presos palestinos para protestar por las condiciones de las prisiones israelíes se suspendió después de 40 días, en un momento en que muchos de ellos, alrededor de mil huelguistas, sufrían ya un grave deterioro de salud, por lo que la mayoría tuvieron que ser hospitalizados. Y con el sagrado período del Ramadán a punto de comenzar estableciendo una continuidad entre el ayuno diurno de los fieles y la desesperada protesta previa de los presos. Quizá lo más sorprendente de este gesto extraordinario de huelga de hambre prolongada y masiva fue que los medios de comunicación de todo el mundo apenas consideraron que fuera digna de atención, ni siquiera por parte de la ONU, que, de forma irónica, es regularmente atacada por diplomáticos y medios occidentales por preocuparse excesivamente de las fechorías israelíes.
Es necesario reconocer que recurrir a una huelga de hambre colectiva es una forma de resistencia política más exigente, provocada invariablemente por una indignación prolongada, que requiere de valor y voluntad para soportar su dureza por parte de quienes en ella participan, así como capacidad para someter esa voluntad a una prueba tan dura como la vida misma. Prescindir de la comida durante 40 días representa un compromiso heroico que pone en riesgo la vida, algo que nunca se emprende a la ligera.

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