La OTAN observa indignada a los refugiados que se concentran en la frontera polaca con Bielorrusia buscando un subterfugio para acusar al presidente ruso Vladimir Putin y al bielorruso Lukashenko de que son ellos quienes los han fabricado en alguna factoría secreta de Chukotka, e intenta azuzar a sus lacayos ucranianos para devolver “gentilezas” y algún problema a Moscú.
La Unión Europea amanece dolorida de que cada mañana el sultán Erdogan la sodomice a través del acuerdo de 2016 que pactó con Ankara para que impida que los cuatro o cinco millones de refugiados que han ingresaron a Turquía provenientes de Siria, Irak o Afganistán, esencialmente con la intención de continuar, vía Grecia, accedan al resto del continente, mientras en las playas del Canal de la Mancha, Londres y París, discuten quién entierra a los ahogados.
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