La creciente disyuntiva, democracia o barbarie, tiene su origen en una constitución que confirmó en el trono al último jefe de la dictadura, Don Juan Carlos I de Borbón, y a su línea sucesoria, dotándolos de una impunidad y de unas prerrogativas ajenas a cualquier atisbo del más elemental sentido de justicia.
De ahí que cargos públicos ultras, ante una triple crisis sanitaria, social y democrática, agiten la bandera monárquica bicolor, traten de imponer la marcha real en los colegios cada mañana -quizá, más adelante, piadosos rezos- y den gritos extemporáneos de vivas al Rey, incluso en sede parlamentaria, erigiéndose en fervientes constitucionalistas.
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