Pocas veces se celebraron elecciones en un contexto tan signado por la
violencia como las de este domingo pasado en Venezuela. Hay pocas
experiencias similares en el Líbano, Siria e Irak. Tal vez en los
Balcanes durante la desintegración de la ex Yugoslavia. Dudo que en
algún país europeo o mismo en Estados Unidos se hubiera celebrado
elección alguna en un contexto similar al venezolano. Por eso que algo
más de ocho millones de personas hayan desafiado a la derecha terrorista
con sus sicarios, pirómanos, saqueadores y francotiradores y concurrido
a emitir su voto demuestra el arraigo del chavismo en las clases
populares y, además, un valor a toda prueba para luchar por la paz y
repudiar la violencia. Y cuando el CNE dice que votaron 8.089.320
personas es así nomás, doblemente certificado por la cédula electoral y
el control de las huellas dactilares de cada uno de los votantes. Ese
material está allí, sujeto a verificación por parte de la oposición o de
observadores independientes, contrariamente a lo ocurrido con la
pantomima electoral de la MUD el 16 de Julio que en una hilarante
innovación en el arte y la ciencia de la política procedió a admitir
votantes con o sin documentos, sufragar cuantas veces lo quisiera para
luego quemar todos los registros una vez terminado el relampagueante
recuento de los 7 millones y medio de votos que mienten haber recibido.
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