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domingo, 26 de abril de 2015

China humilla a Estados Unidos y marca el ritmo en la nueva geopolítica

Han transcurrido cinco años desde que China decidió aprovechar el momento de debilidad de Occidente, como consecuencia de la crisis financiera, para jugar un papel más enérgico en la política internacional. China es China, y su concepto del tiempo no tiene mucho que ver con el Occidental. Ya lo dice uno de sus proverbios, “no temas ser lento, sólo detenerte”. Por eso China no tenía previsto alterar el tablero internacional hasta el año 2027 (1), fecha para la que consideraba habría alcanzado la paridad estratégica en todos los aspectos (políticos, económicos y militares) con EEUU. Para ello, fue tejiendo una cautelosa red de influencia en todo el mundo -África, Asia, América Latina- a través de lo que los académicos chinos denominan “el consenso de Beijing” y que no es otra cosa que la puesta en práctica de un modelo político y diplomático que prefiere desarrollar el “poder blando” –diplomacia, no injerencia y multipolaridad- en contraposición al modelo tradicional estadounidense y occidental de intervención militar, unipolaridad e interferencia política.
Pero la prepotencia de EEUU ha hecho que China haya acelerado sus pasos hasta llegar a la humillación pública de EEUU con la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), el competidor formal del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. El sistema diseñado en Bretton Woods en 1945 está agonizando y China es en gran parte responsable de ello. Surge un nuevo mundo en el que el imperio ya no es imperio y en el que sus instituciones pasan a ocupar un papel secundario en la política internacional.
Puede que alguien piense que estas afirmaciones son algo aventuradas, pero no lo son en absoluto. EEUU ha hecho todo lo posible y lo imposible porque el BAII no cuajase, desde presionar a los países para que no se sumasen al mismo hasta intentar desacreditarlo argumentando, entre otras cosas, que “no cumple con los estándares internacionales de transparencia, buen gobierno y equidad” (sic). Como si el BM o el FMI fuesen modelos de todo ello.
Y eso lo dice un país que lleva desde 2010 negándose a cumplir el acuerdo a que se había llegado en el FMI y en el BM de otorgar más poder a las llamadas “economías emergentes”. En virtud del mismo, China se convertiría en el tercer mayor contribuyente del FMI, por detrás de EEUU y Japón. Pero eso tenía que ir en detrimento de alguien, y ese alguien eran tanto la Unión Europea como EEUU y Japón. Y EEUU ha impedido cualquier reforma desde entonces porque de hacerlo perdería su mayoría de bloqueo.
China aguardó pacientemente que ese cambio se produjese y ofrecía un argumento de peso: es la primera potencia económica del mundo y tiene el 3’8% de los derechos de voto en el FMI, mientras que países como Holanda cuentan con el 2% o EEUU, la segunda economía mundial, con el 16’8%. Aún así, se conformaba con el tercer lugar.
Pero el tiempo pasa y China ha dicho basta, y lo ha hecho de una forma indubitable: son 57 los países que han decidido formar parte del BAII y los hay de los cinco continentes. Pero algunos no son países cualquiera, sino aliados estrechos de EEUU hasta ahora como Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, Arabia Saudita, Israel o Australia por mencionar sólo algunos de ellos. Incluso Japón, reacio en un primer momento y principal contribuyente al hasta ahora hegemónico Banco Asiático de Desarrollo (en el que China sólo tiene el 5’5% de participación, aunque ha buscado un porcentaje mayor y siempre se ha encontrado con el veto de Japón, que tiene el 18’7%), ahora está pensando su participación en el BAII. Pero aunque se incorpore, ya llega tarde.

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