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quarta-feira, 8 de abril de 2015

Los mestizos incendiarios y los propietarios

“El pasado es un país extranjero. Allí, las cosas se hacen de otra manera.” Así escribió el dramaturgo inglés Harlod Pinter. Qué adecuadas parecen estas palabras cuando se compara nuestra vida en la “segunda Era Chapada en Oro”* que vivimos hoy con cómo se hacían las cosas en la Edad Chapada en Oro original, la de hace un siglo. Es cierto, hay algunas similitudes asombrosas entre los dos momentos, incluso el ascenso al poder del capitalismo de amigotes, el pasmoso crecimiento de la desigualdad, el exilio de la democracia y la propagación de las razones darwinianas para justificar y camuflar la inserción de la plutocracia en las altas esferas de nuestro mundo.
Lo extraordinariamente diferente, sin embargo, es la forma en que los estadounidenses del siglo XIX reaccionaron ante todo esto. Se las arreglaron para crear una especie de sostenida resistencia –económica, política y cultural– a las reglas de la plutocracia, una resistencia sencillamente inimaginable hoy en día. Multitudes de antepasados nuestros se negaron a aceptar que ese capitalismo salvaje fuese su destino y que debían someterse a él sin un atisbo de protesta. En lugar de ello, imaginaron nuevas formas de convivencia más civilizadas y se hicieron dueños de la calle con sorprendente masividad y notable persistencia, incluso frente al poder armado de las corporaciones y el Estado, para hacer valer sus puntos de vista. Cuesta mucho decir lo mismo de nuestro pasado más reciente.
¿Cómo lo hicieron? El novelista estadounidense William Faulkner veía el pasado de una forma diferente a como lo veía Harold Pinter. Así, expresó aquella famosa frase: “El pasado no ha muerto; ni siquiera es pasado”. Quienes debieron enfrentarse con las infinitas iniquidades que corrían desenfrenadas en la primera Era Chapada en Oro se opusieron a la explotación y la opresión acudiendo a una variedad de pasados. Allí fueron capaces de encontrar los medios morales, intelectuales e incluso organizativos para desafiar al orden capitalista reinante entonces. Al mismo tiempo, con una creatividad asombrosa para nosotros, su mirada se tendió hacia el futuro para imaginar maneras alternativas de escapar del sino que los señores insistían en señalarles como el correcto e inevitable, anunciando mundos que parecían mucho más atrayentes para cualquiera excepto los plutócratas.
Hoy, estamos ante un doble dilema: ¿Cómo hacemos para lograr que el “país extranjero” de Pinter, ese rico mundo de resistencia al capitalismo que ahora parece perdido en la niebla de los tiempos, sea una parte familiar, cotidiana, de nuestra vida? Y, ¿cómo, haciendo eso, conseguimos que muera de una vez eso que en este momento parece, como lo expresaba Faulkner, estar tan vivo –el cúmulo de brutalidad, caos, desigualdad e injusticia que tanto desfigura el presente–? Mientras pensáis en esto, aquí os traigo una mirada de los dos mundos de las Eras Chapadas en Oro y el abismo que las separa.

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