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sábado, 2 de julho de 2016

Brexit: un halo de esperanza

El referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea fue todo un acto de democracia, plena y por derecho. Lo que ocurre es que estamos tan poco acostumbrados a ella, que nos parece algo ridículo, estrambótico o peligroso. Al igual que en la campaña por el referéndum griego (cuyo resultado fue traicionado enseguida por Alexis Tsipras, hoy día uno de los mejores vasallos de los burócratas europeos), la campaña por el referéndum del brexit estuvo llena de juego sucio, de apelaciones al miedo y de amagos de chantaje. A la mañana siguiente, y a la vista del resultado, desde todas las instancias institucionales europeas y medios de comunicación de los establishment europeos, se proclamaba el cataclismo británico, el desprecio a la democracia y al conjunto de la ciudadanía, incluso la posibilidad de dictar ciertas normas de regulación futura de los referéndums, que establecieran mínimos de porcentaje de participación, así como mínimos de diferencial de voto afirmativo y negativo. En los corrillos europeos se argumentaba que "esas decisiones tan importantes no pueden dejarse a la elección ciudadana", porque claro, "el pueblo se puede equivocar". Los programas informativos cargaban contra las nefastas consecuencias que tendría el brexit, aumentando la crispación e histeria popular alrededor del tema.
Enseguida se habló de la brecha generacional (los jóvenes votaban permanecer, los mayores abandonar) y de la brecha territorial (Gales, Irlanda y Escocia votaban permanecer, Inglaterra abandonar), intentando explicar los diversos factores que podrían haber concurrido en el inesperado resultado. Algunos británicos comenzaron a declarar abiertamente que se arrepentían de su votación, se abrió una petición popular para repetir el referéndum y la Primera Ministra de Escocia salía anunciando que su país se sentía defraudado por los resultados y que exigía la celebración de un nuevo referéndum de independencia, habida cuenta de que uno de los argumentos principales de los que votaron permanecer en el Reino Unido era precisamente continuar perteneciendo a la Unión Europea. Pero lo cierto es que sobre todo ese ruido el pueblo había dicho brexit. Las bolsas comenzaron a caer, ante la incertidumbre de los mercados, la libra y el euro a depreciarse y los gibraltareños (muy británicos, ellos) a preocuparse sobre su futuro. Es una crisis en toda regla en esta desalmada Unión Europea que contempla con estupor cómo uno de sus buques insignia abandona el club y teme el efecto contagio sobre otros países, con la consiguiente pérdida de poder del chiringuito que controla las decisiones europeas. Justo por todo ello el brexit representa un halo de esperanza.

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