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sexta-feira, 8 de julho de 2016

La impertinencia de “los americanos”

Los nexos entre pensamiento y lenguaje alcanzan especial relieve en asuntos históricos, políticos y culturales. Sería erróneo resignarse ante el mal uso de términos y conceptos, y, aún peor, soslayar o menospreciar debates en temas como las relaciones de los pueblos de nuestra América y los Estados Unidos.
En ese terreno se requiere claridad acerca del origen, el devenir y los propósitos —pasados y actuales, y hacia el futuro— de la nación construida sobre las que fueron Trece Colonias británicas. Se formó a base del exterminio o la segregación —en “reservas” similares al apartheid impuesto en Sudáfrica por los herederos de la colonización inglesa— de los pobladores originarios de las tierras inicialmente ocupadas por dichas Colonias.
Tras la violenta conquista del Oeste —manipulada por la creciente maquinaria cultural con que los conquistadores satanizaron a las víctimas y se presentaron como los misioneros y garantes de la civilización— la nación usurpadora siguió desbordando fronteras. A México le arrebató más de la mitad del territorio, robo en cuya estela se situaron los disturbios azuzados por un sombrío personaje, Augustus K. Cutting. En él vio José Martí, adelantado conocedor de aquella sociedad, el símbolo de una patria que primó sobre la representable con el nombre de Abraham Lincoln, la que tampoco era para idealizar.
El “leñador de ojos piadosos” retratado en Madre América —discurso martiano centrado en deshacer mistificaciones imperiales— no frenó la orientación dominante de su país. Triunfó una libertad conceptuada por Martí como “ señorial y sectaria, de puño de encaje y de dosel de terciopelo, más de la localidad que de la humanidad, una libertad que bambolea, egoísta e injusta, sobre los hombros de una raza esclava”.
El presidente se prestigió con la lucha antiesclavista que unificó a su nación en un capitalismo de corte moderno. Pero, con respecto a Cuba, “ pudo oír sin ira que un demagogo le aconsejara comprar, para vertedero de los negros armados que le ayudaron a asegurar la unión, el pueblo de niños fervientes y de entusiastas vírgenes que, en su pasión por la libertad, había de ostentar poco después, sin miedo a los tenientes madrileños, el luto de Lincoln”. Del propio Martí —quien fuera uno de aquellos niños— son esas palabras en otro texto nacido, como el discurso antes citado, de las graves preocupaciones que le causaba un congreso internacional sobre el que este artículo ha de volver.

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