Vivimos tiempos violentos, cuando una nueva y cruenta fase de acumulación originaria tiene lugar en Latinoamérica y el Caribe, ante una inédita concentración de poder, riqueza e influencia social en manos de un grupo cada vez más reducido de la población, mientras vastas mayorías nacionales son relegadas a la marginación y a la desesperanza, a la exclusión, el hambre y la pobreza.
Hoy, en varios países de la región, se insiste en criminalizar la lucha de los desposeídos, los que quedaron sin nada gracias a las políticas neoliberales de gobiernos corruptos y antipopulares, en cada uno de los países de Nuestra América. Criminalización, multas, represión y prisión para quienes protesten -trabajadores, estudiantes, desocupados, campesinos, indígenas- es la cantinela repetida hasta el cansancio por políticos y los medios hegemónicos de comunicación.
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