Los números son contundentes, miles de niñas, niños y adolescentes son
violados cada día en cualquier escenario: la intimidad de su hogar, el
ámbito académico, la parroquia, el camino a la escuela, el contexto de
una guerra. No importa dónde, su integridad es amenazada con la sola
presencia de un hombre dispuesto a agredirlos en cuanto la oportunidad
le sea propicia. Parece una historia de terror pero sucede cada día en
cualquier punto del globo, oculto por el miedo y la vergüenza.
¿De
dónde surgió la idea de que las niñas son presas a disposición del
cazador? ¿Cuándo se reformaron los códigos y las leyes para proteger a
los depredadores sexuales para interpretar -con cómplice benevolencia-
su costumbre de cometer ese horrendo crimen contra víctimas indefensas
como un rasgo de virilidad? La violación es una de las peores formas de
violencia contra una niña o una mujer, constituye un acto vil cuyas
consecuencias van mucho más allá de la destrucción de la autoestima, la
marcan en todos los aspectos de su vida y definen sus relaciones
futuras.
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