“La situación en Yemen hoy, ahora mismo, parece el apocalipsis para la población de este país”, declaró a Al Jazeera el mes pasado el jefe humanitario de la ONU Mark Lowcock.
Se cree que el año pasado murieron de hambre 150.000 personas en Yemen. Cada diez minutos murió un niño de hambre o de enfermedades evitables y cada dos minutos
otro niño cayó en la desnutrición extrema. El país padece la mayor
epidemia de cólera desde que existen registros, más de un millón de
personas han contraído la enfermedad y ahora una epidemia de difteria
“se va a propagar como el fuego”, según Lowcock. “A menos que cambie la
situación vamos a tener el peor desastre humanitario del mundo en 50
años”, concluyó.
La causa es bien conocida: los bombardeos y el bloqueo del país por parte de la coalición liderada por Arabia Saudí, con pleno apoyo
de Estados Unidos y Reino Unido, han destruido más del 50 % de la
infraestructura sanitaria del país, han atacado plantas de
desalinización, diezmado las rutas de transporte e interrumpido las
importaciones esenciales, mientras que el gobierno que se supone va a a
reconstruir todo esto ha bloqueado los salarios de los trabajadores del sector público
en la mayoría del país, lo que hace que no se recojan las basuras, se
desmoronen las instalaciones de alcantarillado y se provoque una crisis
de salud pública. Otros ocho millones de personas se quedaron sin agua
potable cuando la coalición liderada por Arabia Saudí bloqueó todas las importaciones de carburante en noviembre, lo que obligó a cerrar las estaciones de bombeo. El director de Oxfam en Yemen, Shane Stevenson, comentó
entonces que “el pueblo de Yemen ya está siendo sometido a la hambruna
para que se rinda; a menos que se levante el bloqueo también se le
quitará el agua potable. Quitar el agua potable a millones de personas
en un país que sufre el mayor brote de cólera del mundo y que está al
borde de la hambruna sería un acto extremadamente bárbaro”.
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