Todos conocemos la imagen: se ha vuelto ícono e incluso estatua, sólo
que en la estatua se eliminó a uno de sus tres protagonistas. No es una
crítica ni una denuncia: también nosotros eliminamos mentalmente de la
foto a aquel flaquito pelirrojo que parecía estar de prestado en la
escena. El año era 1968: la masacre de MyLai en Vietnam, el Mayo
francés, los asesinatos de Martin Luther King y Bobby Kennedy en Estados
Unidos, los tanques rusos acabando con la Primavera de Praga, la
matanza de Tlatelolco y, apenas unos días después, empiezan las
Olimpíadas, precisamente en México, con la sangre de los estudiantes
muertos todavía fresca. En la final de los 200 metros llanos, el podio
es ocupado por dos atletas negros norteamericanos y un australiano,
bastante más bajito y esmirriado que ellos. Los dos negros suben a
recibir sus medallas descalzos y con un guante negro cada uno, y cuando
suena el himno americano bajan sus cabezas y alzan el puño enguantado,
haciendo el saludo de los Panteras Negras (iban también descalzos, en
alusión a sus hermanos de raza de los algodonales de Luisiana, que no
tenían derecho a usar calzado). La foto dio la vuelta al mundo: en el
reino de la confraternidad ecuménica a través del deporte, hacía su
fulminante ingreso la protesta política. Casi medio siglo después me
escribe un lector, uno de esos lectores exigentes que es una bendición
tener, y me pide que cuente la historia de la foto y del blanquito que
aparece en ella de prestado: el australiano Peter Norman. Yo tenía ocho
años en 1968, y había sido educado en los valores del Barón de
Coubertin: me acuerdo todavía de la consternación que despertó aquel
episodio pero, como el resto del mundo, lo ignoraba todo sobre Peter
Norman.
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