“No hay que ocultar a la clase obrera nada de lo que a ésta interesa,
ni siquiera cuando tal cosa pueda disgustarla, ni siquiera en el caso
de que la verdad parezca hacer daño en lo inmediato; significa que hay
que tratar a la clase obrera como se trata a un mayor de edad capaz de
razonar y discernir, y no como a un menor bajo tutela.”
(Antonio Gramsci, L’Ordine Nuovo, 17 de marzo de 1922).
Por
medio de la noción de intelectuales orgánicos, Gramsci caracterizaba la
labor de grupos específicos que cumplían funciones de producción,
reproducción, conexión y cohesión ideológica que habilitan a las clases
dominantes y las subalternas para sostener, respectivamente, la
hegemonía y la disputa contrahegemónica. Se trataba de una apreciación
en primera instancia descriptiva, que reconocía la existencia de estos
grupos detrás de la construcción del orden burgués y, en otro nivel,
prescriptiva, que sugería la necesidad de formar o reforzar una
intelectualidad conforme a los intereses y la visión del mundo de los
trabajadores.
Para estos últimos fines, Gramsci no pensaba en
intelectuales de partido -entendiendo por partido una determinada
organización política, siempre efímera- ni de gobierno o de Estado, sino
en intelectuales del movimiento histórico, pensado como conjunto plural
y multiforme de distintas expresiones sociales y políticas de las
clases subalternas. Las tareas fundamentales de los intelectuales
orgánicos serían fomentar la toma de conciencia al interior del
movimiento e impulsar, hacia afuera, la guerra de trincheras en el
terreno de la sociedad civil, disputando el sentido común a partir de
núcleos de buen sentido. Esta función estratégica no implicaría una
disciplina partidaria que eliminara la crítica interna, condición
necesaria para que la toma de conciencia sea real y no desaparezcan
artificialmente las contradicciones que acompañan a la construcción de
toda subjetividad social y política desde abajo.
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