La entrada en juego de las fuerzas armadas rusas parece dirigida a la
vez a proteger los intereses de Moscú en el oeste de Siria y presionar a
Ankara y Riad para que controlen a sus milicias asociadas.
En la
primera jornada de la 70ª sesión de la Asamblea General de las Naciones
Unidas, el presidente estadounidense, Barack Obama, y el presidente
ruso, Vladimir Putin, se dirigieron a la asamblea. Obama habló durante
el doble de tiempo que tenía asignado, pero hubo pocas novedades en su
discurso. Y al final añadió, inquietantemente: “En ninguna parte está
siendo puesto a prueba nuestro compromiso con el orden internacional más
que en Siria.” El antídoto a esta puesta a prueba llegó en una frase:
“Estados Unidos está dispuesto a colaborar con cualquier nación,
incluyendo a Rusia e Irán, para resolver el conflicto.” Eso fue todo.
Sugería así que la política occidental hacia Siria había fracasado, que
era necesario otro enfoque.
Putin no ofreció muchos detalles
sobre una dirección alternativa, pero sí propuso otra visión de las
cosas. La crisis central en Asia Occidental, adelantó, fue el
surgimiento del Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés). Y lo que
propició el surgimiento de IS, argumentó, fue la invasión ilegal de
Iraq en 2003. “Es ahora evidente que el vacío de poder creado en algunos
países de Oriente Próximo y Norte de África llevó a la creación de
bolsas de anarquía que, de inmediato, comenzaron a llenarse de
extremistas y terroristas. Putin pide una resolución del Consejo de
Seguridad de la ONU que ponga en claro cuál es el principal enemigo en
Iraq-Siria. Con ello ha pillado a Occidente con el pie cambiado.
Armamento militar, tropas y asesores rusos han entrado en Siria para
establecer bases en la provincia occidental de Latakia. Estos soldados
llegaron con la misión declarada de hacer frente a IS. Mientras tanto,
en el otro extremo de Siria, el ejército iraquí ha informado de que va a
compartir información de inteligencia sobre IS con Rusia e Irán.
En febrero de 2012, cuando el conflicto en Siria acababa de empezar a
tomar un sesgo brutal, el embajador ruso ante la ONU, Vitaly Churkin,
pidió al diplomático finlandés Martti Ahtisaari que llevase un mensaje a
las capitales occidentales. Los rusos, dijo Churkin, estarían
dispuestos a negociar un acuerdo entre el gobierno y la oposición, que
podía incluir la eventual retirada de Bashar al Assad. Según afirmó
recientemente Ahtisaari, Occidente rechazó el acuerdo. Parecían no
conformarse con menos que la humillación y la caída del gobierno de
Assad. Su lema en ese momento era “Assad debe irse.” Tres años más
tarde, Assad sigue controlando los centros urbanos más importantes de
Siria, aunque es mucho más débil. Pero en muchos aspectos Assad ya se ha
ido. El apoyo militar de la milicia libanesa Hezbolá, Irán y Rusia deja
en claro que el ejército sirio ya no es capaz de mantener sus
posiciones ante los rebeldes de IS.
IS ha hecho saber, con
firmeza, que no está dispuesto a negociar. Será preciso socavar su base
de apoyo para que sus seguidores menos ideologizados se dispersen. Para
ello, será esencial la presión sobre Turquía para que cierre su frontera
y sobre los jeques árabes del Golfo para que pongan fin a su
financiación individual a destacadas redes jihadi.
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