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quinta-feira, 19 de novembro de 2015

Tierras despedazadas

Las cifras provocan pasmo. En lo que parece ser un vasto traslado de población de un desintegrado Gran Oriente Medio, solo en septiembre 200.000 refugiados atravesaron Austria. Alrededor de medio millón de desesperados refugiados provenientes de Siria, Iraq, Afganistán y otros lugares llegaron a Grecia desde que empezó 2015 (esto es, aquellos que no murieron en el mar), y todo lo que se espera es que estos guarismos no harán más que crecer. Setecientos niños cada día han pedido asilo en algún sitio de Europa (190.000 entre enero y septiembre de 2015). Y se espera que por lo menos tres millones de refugiados y emigrantes de las guerras de este planeta y de las zonas de desesperación se dirijan a Europa en 2016.
En estas circunstancias, seguramente a usted no le sorprendió saber que, una vez que las primeras historias optimistas sobre la multitudinaria acogida de refugiados en Europa se fueron apagando, las cachiporras y los camiones hidrantes aparecieron en algunas partes del continente y las murallas empezaron a erigirse. Seguramente tampoco le sorprenderá enterarse de que en estos momentos algunos sitios de Europa son presa de una exaltación anti-inmigrante, anti-musulmán, mientras la adhesión a los partidos de extrema derecha está –no por casualidad– en aumento. Esto es verdad en Francia, donde se espera que el virulento ardor anti-musulmán, anti-inmigantes y anti-Unión Europea de Marine Le Pen tenga importantes resultados en las elecciones locales del próximo invierno (la propia Le Pen encabeza los primeros sondeos de opinión en la carrera por la presidencia); también lo es en la “tolerante” Suecia, donde un partido de extrema derecha vinculado con grupos neonazis está obteniendo más del 25 por ciento de las perspectivas de voto en los sondeos de opinión. En Polonia, un partido extremista con su retórica contra los refugiados acaba de lograr una victoria aplastante. Y así por el estilo son las cosas en buena parte de Europa en estos días.
Todo esto (y más) constituye una novedosa tendencia que podría, más temprano que tarde, revertir la naturaleza cada vez más integrada de Europa, la erección de muros y barreras en toda su geografía y una fractura irreversible de la Unión Europea, a medida que aumente el arrebato nacionalista y sabe dios qué más. En Estados Unidos, si bien de un modo más apagado, es posible ver la misma tendencia en lo que aquí se denomina la elección de un “forastero”, pero que de hecho está significativamente enfocada en mantener a los forasteros separados de los nuestros (para saber a qué me refiero no hace falta más que ir al buscador de Google y escribir Donad Trump, Ben Carson e ‘inmigrantes’). ¿No es extraño que siempre hablemos de “cuestiones tribales” cuando se trata de África o las zonas rurales casi desiertas de Pakistán y Afganistán, pero nunca cuando nos referimos a nuestro mundo? Sin embargo, a grandes rasgos, si los dichos de esos señores no son respuestas “tribales”, ¿que son entonces?

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