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quarta-feira, 25 de novembro de 2015

En la democracia de Israel la disidencia ha estado siempre fuera del alcance de los ciudadanos árabes

Los ciudadanos palestinos de Israel nunca han tenido una vida fácil para organizarse políticamente. La decisión del Gobierno de prohibir la rama norte del Movimiento Islámico es sólo el último -y tal vez más importante- ejemplo de los obstáculos que los ciudadanos árabes deben afrontar en su lucha por la igualdad.
El Estado ha presionado por la prohibición durante años, acusando a la organización de mantener vínculos con grupos como Hamás y la Hermandad Musulmana. La reciente violencia alrededor de Al-Aqsa, sin embargo, dio al Gobierno de Israel la luz verde que necesitaba, dando a entender después que el movimiento citado jugó un papel al incitar a los palestinos en la actual ronda de violencia.
En vista de ello, la decisión de prohibir la rama norte del Movimiento Islámico, así como otras 17 organizaciones benéficas sin fines de lucro afiliadas en ciudades como Nazaret y Jaffa, parece una caída sin precedentes en las relaciones entre el Estado y sus ciudadanos árabes. Pero una mirada más cercana revela que el Estado está en guerra con las organizaciones políticas árabes mucho antes de la introducción de la llamada "legislación antidemocrática", incluso antes de que millones de palestinos en Cisjordania y en la Franja de Gaza fueran colocados bajo el dominio militar en 1967.
A raíz de la guerra de 1948 decenas de miles de ciudadanos árabes del naciente Estado judío fueron colocados bajo el régimen de un gobierno militar. Hasta 1966, cuando el Gobierno finalmente levantó el régimen militar (sólo nueve meses antes del comienzo de la ocupación), la Galilea, el Neguev y el Triángulo estaban sujetos a un régimen estricto de permisos, de toques de queda rigurosos y coaccionados para colaborar con el Shin Bet. Con la población árabe bajo la bota de los gobernadores militares y los servicios de seguridad del Estado, el Gobierno pudo expropiar velozmente tierras de propiedad árabe, un proceso que continuó incluso después del fin del régimen militar.
El nombre del juego era control: el establecimiento de Israel considera a los árabes que permanecieron en el Estado -los que no huyeron ni fueron expulsados ​​durante la guerra- una "quinta columna" que en cualquier momento podría rebelarse contra sus nuevos amos. Por lo tanto las restricciones a la vida de los palestinos dentro de Israel afectaron no sólo la libertad de circulación y al comercio, sino también la libertad de organización política y del pensamiento.

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