Detrás de los titulares en las primeras planas sobre los
enfrentamientos entre jóvenes palestinos y soldados israelíes armados,
Israel ha estado -como siempre- intensificando silenciosamente su
control sobre las vidas de los palestinos en los territorios ocupados.
La semana pasada, en Hebrón -un punto álgido en estos días- 50 familias
asediadas que aún viven en el barrio de Tel Rumeida se enfrentaron a
una nueva restricción de movimientos, diseñada para ayudar a liberar la
zona de asentamientos e intensificar los asentamientos judíos.
Se podía ver a algunos de los residentes de Tel Rumeida haciendo cola en
silencio en el puesto de control local para registrar sus tarjetas de
identificación. Ninguna persona que no fuera del barrio y que no
estuviera en la lista de los militares estaba habilitada para entrar.
La respuesta difiere marcadamente de la reacción de hace 21 años,
cuando los residentes enfrentaron una orden similar. Entonces todo el
barrio se negó a registrarse. Israel los castigó con un toque de queda
durante seis meses, solo permitiendo a las familias salir por unas horas
a la semana para comprar comida.
Cómo responder a las órdenes
militares de este tipo está en el debate central y se ha revivido entre
los palestinos la discusión sobre los méritos relativos de la lucha
armada y la resistencia no violenta.
Una encuesta de principios
del verano mostró que un 49 % de los palestinos entre 18 y 22 años,
apoyaba un levantamiento armado. En septiembre, después de los primeros
enfrentamientos en Jerusalén, esa cifra había aumentado al 67 %.
La volatilidad puede en parte explicarse por una sed de venganza
inevitable cuando los palestinos miran a sus compatriotas asesinados y
mutilados por los soldados israelíes.
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