Este texto va dedicado a Adel Termos, de Beirut, que dio su vida para que otros pudieran vivir.
Una
semana de horribles matanzas: explosiones de bombas en Beirut y Bagdad,
y a continuación los tiroteos a sangre fría en París. Cada una de estas
acciones terroristas dejó un rastro de cadáveres y vidas vulneradas.
Nada bueno puede venir de esas acciones, sólo el dolor de las víctimas y
un nuevo dolor cuando personajes poderosos se refugian en las
estereotipadas políticas que siguen haciendo girar la rueda de la
violencia.
¿Cómo se puede reaccionar a estos incidentes? El horror y la
indignación son lo primero. Es instintivo. Lloramos por los muertos: los
jóvenes padres de Haidar Mustafá (de tres años), que lo protegieron y
salvaron su vida cuando la explosión de Beirut los hizo pedazos. En
París, los terroristas mataron a Djamila Houd (41 años), quien trabajaba
para Isabel Marant en un café. Podemos poner cara a cada una de las
víctimas. Cada uno de estos rostros aparecerá en la prensa y en los
medios de comunicación social. Nos sonreirán hablándonos de sus mejores
días y de su promesa. Ninguno de ellos tuvo un papel activo en ningún
conflicto. Su asesinato no tenía nada que ver con ellos.
Estaremos desconcertados por la incomprensibilidad de estas muertes, el
desperdicio de la vida frente a la muerte. Buscaremos explicaciones. Ya
ha quedado claro que los autores de todos estos atentados –Bagdad,
Beirut y París– es ISIS o “Daesh”, el grupo que controla gran parte de
Irak y Siria, así como partes de Libia y Afganistán (y que tiene grupos
hermanados en Nigeria y Somalia). ISIS, como al-Qaeda, es tentacular, no
tiene una cabeza, sólo miembros bien motivados para actuar con furia.
Si se trata de ISIS, ¿por qué golpean en estos lugares?
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