Provengo de una comunidad francófona privilegiada en El Líbano. Esto
significa que siempre he visto Francia como mi segundo hogar. Las calles
de París son tan familiares para mí como las calles de Beirut.
Precisamente estuve en París hace unos pocos días.
Han sido dos
noches de violencia horribles. La primera de ellas acabó con la vida de
40 personas en Beirut, la segunda se ha llevado por delante la de más de
120 personas en París.
También me queda claro que, para el mundo,
las muertes de mi gente en Beirut no importan tanto como las muertes de
mi otra gente en París.
«Nosotros» no tenemos un botón de
seguridad en Facebook. «Nosotros» no tenemos declaraciones a las tantas
de la noche de los hombres y mujeres más poderosos del mundo ni tampoco
millones de usuarios online.
«Nosotros» no cambiamos las políticas que afectarán a las vidas de innumerables refugiados inocentes.
No podría estar más claro.
Digo esto sin ningún tipo de resentimiento, solamente con tristeza.
Es
duro darse cuenta de que para todo lo que se ha dicho, para toda esa
retórica de pensamiento progresista que hemos conseguido crear en la
forma de una aparente voz humana unida, la mayoría de los miembros de
esta curiosa especie estamos aún excluidos de ello, excluidos de los
asuntos principales del «mundo».
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