En el siniestro septiembre del 73, 22 días después del primer 11-S de
una generación, murió el gran Pablo Neruda. Murió cuando los golpistas
chilenos estaban fusilando impunemente y a mansalva. Se dijo entonces que Neruda había muerto de fascismo.
Tantos años después, la frase parece encerrar una verdad profunda. Y no
ya sólo por la "alta probabilidad", como reconoce un documento del
gobierno chileno de este año, de que Neruda fuera envenenado de alguna
forma, sino por la crisis en la que entró al saber los efectos del golpe
de Estado y, en concreto, el asesinato de Víctor Jara el día 22.
Neruda
y su misteriosa muerte vuelven a estar de actualidad. Ediciones B saca
estos días la minuciosa biografía (más de 600 páginas) Neruda, el príncipe de los poetas, de Mario Amorós. El autor recuerda que, más allá del contencioso sobre la causa inmediata de la muerte del autor de Canto general, su libro es una investigación exhaustiva en 18 archivos de cuatro países, que le ha llevado mucho tiempo.
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