Hay un abuso lingüístico de uso corriente, la sinécdoque, sin el cual
sería casi imposible elaborar ningún titular de periódico pero que
asienta visiones engañosas de la realidad. La sinécdoque consiste en
nombrar la parte por el todo, como cuando hablamos de EE.UU. para
referirnos a su gobierno (“EE.UU. veta la resolución del Consejo de
Seguridad”) o disolvemos la variedad de un fenómeno en una unidad
tramposa y manejable (“El islam lapida a las mujeres”). La sinécdoque
forma parte vinculante de la ficción democrática en la medida en que la
voluntad parcial de una mayoría relativa acaba determinando la política
entera de un país: “Francia se escora a la derecha”. Ahora bien, si nos
referimos a las elecciones del pasado 20D, y si aceptamos las rutinas de
este tropo lingüístico, tan legítimo es declarar que “España sostiene
el bipartidismo” como, al contrario, que “España apuesta por el cambio”.
En definitiva, no es España sino cada español el que vota y cada
uno de ellos vota un partido y una opción desde su voluntad particular,
que sólo funge como “general” si logra sumar más votos que sus rivales.
Siempre es así, pero mucho más en el caso de los últimos comicios: los
resultados no reflejan “la voluntad de España” sino la correlación de
fuerzas entre muchas Españas enfrentadas y a menudo irreconciliables.
Esta correlación de fuerzas es radicalmente nueva en nuestro país.
En
virtud de una convergencia de elementos --una ley electoral injusta, el
control de los medios de comunicación, la ilusión de crecimiento
económico y la torpeza de la izquierda clásica-- algunas de estas
Españas han estado durante décadas disminuidas e infrarrepresentadas. El
15M primero y Podemos después han sacado a la luz, y robustecido,
algunas de estas Españas que se habían resignado a la oscuridad, la
abstención y la derrota. Lo que llamamos “ingobernabilidad” tras el 20D
es la feliz reactivación de la política y sus batallas democráticas y la
no menos feliz reaparición de una gavilla de Españas --tan diferentes
entre sí como de la España hasta ahora dominante-. sumergidas en el
régimen del 78. Por primera vez en 80 años --si exceptuamos el brevísimo
paréntesis entre la muerte de Franco y la aprobación de la
Constitución-- en nuestro país se vuelve a hacer política. Esa es una
transformación tanto más decisiva y espectacular cuanto que la propia
Constitución, junto con sus herramientas electorales, fueron concebidas
para reprimir todo conflicto político real en el seno del bipartidismo,
ahora quebrado o al menos deshilachado. Es imposible ignorar o
menospreciar este cambio; y es imposible no percatarse de que se ha
impuesto hasta tal punto contra el tinglado cuidadosamente montado por
los mercados, la casta y la “gobernanza” europea, que el bipartidismo,
amenazado, sólo puede reaccionar como “régimen”, ya sin velos ni
disimulos, mediante un pacto PP-PSOE que al menos para el PSOE será un
suicidio.
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