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segunda-feira, 28 de dezembro de 2015

Españas contra Españas

Hay un abuso lingüístico de uso corriente, la sinécdoque, sin el cual sería casi imposible elaborar ningún titular de periódico pero que asienta visiones engañosas de la realidad. La sinécdoque consiste en nombrar la parte por el todo, como cuando hablamos de EE.UU. para referirnos a su gobierno (“EE.UU. veta la resolución del Consejo de Seguridad”) o disolvemos la variedad de un fenómeno en una unidad tramposa y manejable (“El islam lapida a las mujeres”). La sinécdoque forma parte vinculante de la ficción democrática en la medida en que la voluntad parcial de una mayoría relativa acaba determinando la política entera de un país: “Francia se escora a la derecha”. Ahora bien, si nos referimos a las elecciones del pasado 20D, y si aceptamos las rutinas de este tropo lingüístico, tan legítimo es declarar que “España sostiene el bipartidismo” como, al contrario, que “España apuesta por el cambio”. En definitiva, no es España sino cada español el que vota y cada uno de ellos vota un partido y una opción desde su voluntad particular, que sólo funge como “general” si logra sumar más votos que sus rivales. Siempre es así, pero mucho más en el caso de los últimos comicios: los resultados no reflejan “la voluntad de España” sino la correlación de fuerzas entre muchas Españas enfrentadas y a menudo irreconciliables. Esta correlación de fuerzas es radicalmente nueva en nuestro país.
En virtud de una convergencia de elementos --una ley electoral injusta, el control de los medios de comunicación, la ilusión de crecimiento económico y la torpeza de la izquierda clásica-- algunas de estas Españas han estado durante décadas disminuidas e infrarrepresentadas. El 15M primero y Podemos después han sacado a la luz, y robustecido, algunas de estas Españas que se habían resignado a la oscuridad, la abstención y la derrota. Lo que llamamos “ingobernabilidad” tras el 20D es la feliz reactivación de la política y sus batallas democráticas y la no menos feliz reaparición de una gavilla de Españas --tan diferentes entre sí como de la España hasta ahora dominante-. sumergidas en el régimen del 78. Por primera vez en 80 años --si exceptuamos el brevísimo paréntesis entre la muerte de Franco y la aprobación de la Constitución-- en nuestro país se vuelve a hacer política. Esa es una transformación tanto más decisiva y espectacular cuanto que la propia Constitución, junto con sus herramientas electorales, fueron concebidas para reprimir todo conflicto político real en el seno del bipartidismo, ahora quebrado o al menos deshilachado. Es imposible ignorar o menospreciar este cambio; y es imposible no percatarse de que se ha impuesto hasta tal punto contra el tinglado cuidadosamente montado por los mercados, la casta y la “gobernanza” europea, que el bipartidismo, amenazado, sólo puede reaccionar como “régimen”, ya sin velos ni disimulos, mediante un pacto PP-PSOE que al menos para el PSOE será un suicidio.

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