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sábado, 26 de dezembro de 2015

La lucha armada o la perpetua agonía

Al cumplirse el 40 aniversario de la invasión marroquí del Sahara occidental nos encontramos ante una situación muy parecida a la del conflicto entre Israel y Palestina. Aquí se repite la misma historia: muros, campos de minas, alambre de púas, cárceles, represión, éxodo, deportaciones, desaparecidos, refugiados.

Pero primero es imprescindible analizar con detenimiento los antecedentes históricos que han desencadenado esta dramática situación.

La pérdida de las últimas colonias en Cuba, Puerto Rico y Filipinas -mejor conocida como “el desastre del 98”- marca el ocaso del imperio español. España debe consolarse con mantener sus colonias africanas de Guinea Ecuatorial y Sahara Occidental y el protectorado del norte de Marruecos.

El imperio español desde el siglo XV siempre ambicionó apoderarse de Marruecos por su posición geográfica privilegiada con respecto al estrecho de Gibraltar y las islas Canarias. La toma de Ceuta y Melilla es un claro desafío al enemigo musulmán. Más allá de las columnas de Hércules, España y Portugal pugnaban por abrir nuevas rutas de navegación que a la postre las convertirían en la vanguardia de los grandes descubrimientos geográficos. Pero de repente surge el imperio inglés como un poderosísimo rival que va a disputarles el dominio en los mares. Un hecho que queda patente con la pérdida de Gibraltar y la derrota de la escuadra franco-española en la batalla de Trafalgar. De ahí el desesperado intento del imperio español por recuperar posiciones al otro lado del estrecho. La victoria en la batalla de Tetuán (en la denominada guerra de África en 1860) le abre la puerta a sus anhelos expansionistas.

Desde las islas Canarias se organizan expediciones de reconocimiento comandadas por militares y miembros de la sociedad geográfica española dispuestas a reafirmar la soberanía sobre el litoral saharaui (banco de pesca). La exploración del Sahara embarca a España en una nueva aventura colonial en busca de riquezas naturales y una ruta comercial que les permitiera conectarse con Tombuctú (Mali). Ese es el centro neurálgico de un importante mercado de productos provenientes del África Negra monopolizado por el imperio francés.

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