Durante su huelga de hambre,
que duró exactamente 47 días, Hana Shalabi no consiguió dormir nunca
más allá de unas pocas horas. En los primeros días solo consiguió echar
una cabezadita, de la que despertaba sobresaltada ante el repentino
temor de que alguien trataba de lastimarla.
Tras la primera semana de
huelga, como no tomaba más que unos cuantos sorbos de agua el día, su
cuerpo dejó sencillamente de funcionar de forma normal. En lugar de
dormir, cayó en un estado de delirio desbordado por febriles
alucinaciones donde los recuerdos y los persistentes temores ante el
futuro se fundían en una sonata de terrores nocturnos.
Entrevisté
a Hana recientemente, tuvimos una serie de conversaciones que se
prolongaron durante horas intentando entender qué era lo que la empujó a
arriesgar su vida para conseguir la libertad condicional en Gaza, y
para presentar su historia como un expositor del fenómeno de las huelgas
de hambre como forma de lucha política en las prisiones israelíes. En
estos momentos hay más de 7.000 presos palestinos en esas cárceles y 500
de ellos no han pasado por juicio alguno.
Hana nació el 7 de
febrero de 1982, el mismo año en que las facciones palestinas fueron
expulsadas del Líbano y los refugiados de los campos de Sabra y Shatila
masacrados en masa. Cuando su padre, Yahya, y su madre, Badia, acabaron
de tener niños, el resultado final fue de diez hijos, seis de ellos
niñas; Hana estaba en algún lugar del medio, tras Nayah, Salam y Huda, y
antes de Wafa y Zahira. Samir era el más joven de los chicos y era solo
dos años mayor que Hana.
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