A dos meses de la derrota electoral de Hillary Clinton, el mensaje
más representativo de los congresistas demócratas es "echarle la culpa a
Rusia". Los líderes del partido han redoblado la apuesta por una
estrategia que no les dió buenos resultados durante la campaña
presidencial: tratar de atar el Kremlin al cuello de Donald Trump.
Con más interés en las tribunas de los medios de prensa que en dialogar
directamente con los votantes afectados por la crisis económica del
Rust Belt* y de otras regiones que le dieron la presidencia a Trump, los
jerarcas demócratas prefieren usar a Vladimir Putin como chivo
expiatorio que analizar por qué perdieron contacto con la clase
trabajadora. Mientras tanto, la creciente retórica incendiaria contra
Rusia es extremadamente peligrosa. Podría conducir a una confrontación
militar entre dos países que poseen miles de armas nucleares.
El jueves pasado en la audiencia del Comité del Senado sobre Servicios
Armados, Jack Reed, congresista demócrata por el estado de Rhode Island,
denunció “el rechazo de Rusia al orden internacional post-Guerra Fría y
las acciones agresivas contra sus vecinos”, y condenó a “un régimen
cuyos valores e intereses son incompatibles con los nuestros”. Este tipo
de oratoria enorgullecería a gente como John Foster Dulles o Barry
Goldwater**.
Como muchos otros senadores del comité, Reed
parece muy entusiasmado con otra Guerra Fría mientras dispara
acusaciones de agresiones cibernéticas. “Además de robar información del
Comité Nacional Demócrata (DNC, según sus siglas en inglés) y de la
campaña de Clinton, y seleccionando qué parte sería filtrada a los
medios, el gobierno ruso también ha creado y difundido noticias falsas y
conspiraciones a través del vasto mundo de los medios sociales”, dijo
Reed.
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