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sábado, 14 de janeiro de 2017

El verdadero rostro de Washington (y Estados Unidos)

Conócete a ti mismo. Esta frase acudió a mi mente poco después del triunfo de Donald Trump al observar la sorprendente reacción mía ante el acontecimiento. Cuando la tan conocida frase apareció en mi cabeza, yo no tenía idea de que fuera tan antigua, ni que proviniera de Grecia, ni que –según el escritor griego Pausanias (de quien nada sabía hasta que leí su nombre en Wikipedia)– en realidad era una máxima délfica labrada en la piedra del patio delantero del templo de Apolo. Esto podría ser visto como la triple hélice de mi ignorancia extendiéndose hacia el pasado hasta... bueno, mi nacimiento en un Estados Unidos muy diferente hace 72 años.
De tos modos, la cuestión es que yo no sabía de mí ni la mitad de lo que imaginaba. Puedo agradecer a Donald Trump el que me recordara esa verdad fundamental. Por supuesto, es imposible que sepamos nunca qué está rondando dentro de la cabeza de las personas con que nos cruzamos en este nuestro curioso planeta, pero nosotros ¿somos unos extraños? Supongo que si ahora mismo estuviera grabando algo en el patio delantero de mi propio templo délfico, podría ser: ¿Quién me conoce? (Yo no.)
Plantéese esto el lector como una breve introducción a un misterio con el que tropecé en las primeras horas del día siguiente al de nuestras recientes elecciones. Sencillamente, no podía aceptar que Donald Trump hubiese ganado. No, precisamente él. No, en este país. No; ni en un millón de años.
Tenga en cuenta que durante la campaña yo había escrito varias veces sobre Trump, dejando siempre abierta la posibilidad de que, en el trastornado (y trastornante) Estados Unidos de 2016, él pudiera ciertamente derrotar a Hillary Clinton. Era una conclusión que dejé de lado cuando, en las últimas semanas de la campaña, como tantos otros, me quedé enganchado en las encuestas y los dichos de los expertos que las comentaban.

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