La victoria del gobierno sirio sobre el conglomerado de fuerzas
islamistas que controlaban los barrios orientales de Alepo – a partir de
ahora, “la contra” (1)- ha supuesto una reconfiguración no sólo del
mapa político interno de Siria, sino de Oriente Próximo e incluso más
allá. No sólo porque esta victoria marca un antes y un después de la
guerra, sino que pone con toda claridad sobre la mesa tres elementos
escasamente cuestionables: a) Bashar al-Assad está ahí para quedarse; b)
Rusia tiene todas las cartas en la mano; c) EEUU deja de ser el actor
principal en una zona que hasta hace muy poco tiempo era de su exclusivo
dominio.
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