La Cumbre del Clima que se abrió ayer en París, con la participación
de 150 jefes de Estado y de gobierno y entre grandes medidas de
seguridad, añade un punto de urgencia y ansiedad sin análogos en
anteriores reuniones globales.
Desde que el consenso científico
estableciera hace unos años que la actividad humana se ha convertido en
factor de cambio geológico, el antropoceno, las cumbres sobre el clima,
estrenadas en Río de Janeiro en 1992, podrían ser reconocidas por un
observador marciano como el evento global humano de mayor importancia.
Una especie de clave para medir la capacidad humana de asumir los retos
del siglo. Un siglo que pide una nueva civilización para ser viable.
Desde entonces, las emisiones globales han aumentado más de un 40% y el
consenso científico avisa que la humanidad está en el umbral de cambios
globales irreversibles sin precedentes históricos.
El tope de 2
grados de aumento de la temperatura media global para fin de siglo, con
respecto a la época preindustrial, que debe situar los riesgos en un
nivel teóricamente manejable, tiene que lograrse después de que el
planeta haya batido, en 2014, “todos los récords en materia de
temperaturas registradas, concentración de CO2 y número de fenómenos
climáticos extremos”, dijo el Presidente francés, François Hollande,
anfitrión del evento en una capital traumatizada por un reciente
atentado yihadista planeado en Siria que ha dejado 130 muertos en la
ciudad de la luz.
“Somos la primera generación que siente los
efectos del calentamiento global, y la última que puede hacer algo para
remediarlo”, dijo el Presidente Barack Obama, líder de la nación más
poderosa y más emisora (per cápita) del mundo.
Anteriores cumbres
alcanzaron acuerdos que no fueron suscritos (Kioto, 1997), o idearon
conceptos cuya principal virtud era eludir responsabilidades y
compromisos claros y concretos. La cumbre de París es heredera de ambas
cosas. Con todos sus problemas cuenta con una mayor determinación
declarativa hacia ese “acuerdo ambicioso” del que hablan EE.UU y China,
los dos principales. Pero esa “estrategia de equilibrios en la cuerda
floja ya no sirve”, dijo el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon,
en su solemne discurso inaugural.
Desde principios de los años
noventa, cuando concluyó el mundo bipolar y arrancaron las cumbres de la
Tierra, el petróleo está en el centro de la irracional crematística del
beneficio que precisa de una caótica e irresponsable geopolítica
belicista para sobrevivir. Países enteros han sido, o están siendo,
destruidos por el pulso imperial por esos recursos y sus rutas de
transporte, y han sido convertidos en agujeros negros; Afganistán, Iraq,
Libia, Yemen, Siria… Realizada bajo la sombra del Estado Islámico, la
cumbre del clima París tiene que ver con la más básica seguridad y
viabilidad de este mundo petrolero, que a diferencia del anterior en el
que se formaron las actuales mentalidades, está repleto de armas y
recursos de destrucción masiva, lo que convierte sus pulsos y conflictos
en algo parecido a una ruleta rusa.
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