En los años cincuenta del siglo pasado, como consecuencia de la enorme emigración que se estaba produciendo, se multiplicó tanto en el extrarradio de la capital el número de hogares en mal estado que el ministerio de la Vivienda, a través de la Comisaría General para la Ordenación Urbana de Madrid y sus Alrededores, decidió controlarlos por medio de un censo de infraviviendas. Se encargaban de la toma de datos de este censo un agente de información y un fotógrafo, quienes recogían las características de los inmuebles y de sus inquilinos basándose en un sistema de identificación que hoy puede parecer chocante: la realización de una fotografía de algún miembro familiar en la entrada a su domicilio junto a un cartel que llevaba solo un enorme número. El guarismo remitía al número de ficha que se daba a la vivienda.
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