Fueron incontables y prácticamente no tuvieron límites las manifestaciones de la megalomanía de Francisco Franco, las adulaciones a su persona por todo tipo de dignatarios militares, civiles y eclesiásticos, incluida la atribución a su persona de caracteres divinos.
Es difícil elegir un ejemplo para comenzar, entre muchos posibles, a cual más prepotente y exagerado, que podrían ser atribuidos a una patología si no tuvieran una oscura lógica de sometimiento absoluto, de entronización de un liderazgo despótico. Al que no sólo no se podía hacer ninguna objeción, sino siquiera sustraerse a la celebración cotidiana y al elogio desmesurado.
Hasta los presos políticos estaban obligados a hacer el saludo fascista y cantar el himno falangista Cara al sol…