Cuando Dante describió el infierno en la Divina Comedia, lo hacía refiriéndose a imágenes como ríos de sangre hirviente, desierto ardiente de arena con lluvia de llamas, donde “los pecadores” eran inmersos en excrementos humanos, mordidos por serpientes, golpeados contra las paredes y el suelo y quemados con fuego, entre otras lindezas. Jamás el florentino llegaría a imaginar que, 700 años después, su elucubración tendría una concreción terrenal real: los campos de detención para migrantes en Libia.
Libia es uno de los países donde Europa ha externalizado sus fronteras y que recibe miles de personas cuyo único “pecado” ha sido migrar huyendo de sus países por las causas más diversas: persecuciones, empobrecimiento, desastres medioambientales… Muchas de estas causas producidas por un capitalismo colonialista y depredador que hace invivible la vida en sus países de origen. Por lo que estas personas se ven forzadas a escapar de sus hogares ubicados en Sudán, Eritrea, Somalia, Etiopía, Egipto o Bangladesh.
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