De un tiempo a esta parte, y con las nuevas candidaturas post 15M, se
habla incesantemente de “feminizar” la política. En tiempos de
primarias, por ejemplo, cuando algunas candidaturas reclaman para sí
esta cualidad que ha devenido un valor en términos de capital político.
Es una buena noticia que el feminismo sume y tantas mujeres nos
declaremos feministas en público cuando históricamente se había impuesto
cierta imagen de nosotras parecida a la que tiene el alcalde de
Alcorcón: unas “fracasadas, amargadas y rabiosas”.
Hoy, hasta la Marie Claire tiene una sección de feminismo. Si el feminismo por fin está “de moda”, y su uso se extiende, también lo hacen sus debates, como aquel encendido por los significados posibles y contestados de “feminización de la política”. Por ejemplo, su identificación demasiado fácil con la demanda de cuotas o de quién tiene más o menos rostros de mujer en una lista. ¿Poner mujeres en puestos de poder consigue que se hagan políticas feministas? Cuando mujeres como Hillary Clinton ocupan el Estado, no necesariamente transforman la política estatal, solamente nos ofrecen la ilusión de que algo ha cambiado. O en palabras de la militante mexicana Raquel Gutiérrez: “Súmese y sea el 30% del infierno” –refiriéndose a las políticas de igualdad que llegaron a Latinoamérica en los años más duros de las políticas neoliberales–.
Hoy, hasta la Marie Claire tiene una sección de feminismo. Si el feminismo por fin está “de moda”, y su uso se extiende, también lo hacen sus debates, como aquel encendido por los significados posibles y contestados de “feminización de la política”. Por ejemplo, su identificación demasiado fácil con la demanda de cuotas o de quién tiene más o menos rostros de mujer en una lista. ¿Poner mujeres en puestos de poder consigue que se hagan políticas feministas? Cuando mujeres como Hillary Clinton ocupan el Estado, no necesariamente transforman la política estatal, solamente nos ofrecen la ilusión de que algo ha cambiado. O en palabras de la militante mexicana Raquel Gutiérrez: “Súmese y sea el 30% del infierno” –refiriéndose a las políticas de igualdad que llegaron a Latinoamérica en los años más duros de las políticas neoliberales–.