Vista desde aquí Bamako parece una postal idílica en la que perderse y olvidar así el infierno en el que hunden los pies quienes viven a este lado de la capital de Mali. Durante los tres meses que dura la estación de lluvias, las precipitaciones anegan a diario este lodazal de barro y de excrementos de ganado que apenas cubren las toneladas de basura sobre las que sobreviven más de 650 familias, 3.500 personas. Cuando en 2015 la guerra de Mali comenzó a extenderse del norte al centro de Mali, cientos de sus habitantes comenzaron un penoso éxodo hasta este barrio de las afueras de la capital. Aquí, a apenas un par de kilómetros del aeropuerto internacional, residían ya algunas familias de la etnia peul, dedicadas tradicionalmente al pastoreo y a la venta del ganado.
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