Picasso fue siempre un artista malhumorado y poco dado a las relaciones públicas. Si aceptó que
Brassaï entrase a su estudio, cámara en ristre, fue solamente porque venía de parte del redactor jefe de la revista surrealista Minotauro, André Breton, ante cuyo credo hacían genuflexiones aquellos días los artistas de París.
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