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sexta-feira, 11 de novembro de 2011

'Klimtmanía' por tierra, mar y aire · ELPAÍS.com


Quien haya visto el cuadro, incluso una sola vez, no ha podido olvidarlo. La obra se reconoce de inmediato, pues tiene algo especialísimo que la distingue de todas las demás, algo misterioso se diría, muy bello, extraño, único; un sabor intenso a épocas pasadas, a Bizancio con sus oros, sus piedras preciosas y ese espacio poderoso y huidizo, aparente contradicción implícita entre formas muy abstractas y muy concretas, intensidad asfixiante en medio de las capas brillantes, que se expanden y se apoderan del espacio mismo, y los cuadrados multicolores -mosaicos asombrosos- que implican un orden férreo del mundo, búsqueda ávida de la totalidad. Pocos cuadros tienen la fuerza de El beso de Gustav Klimt y tal vez por esta razón ha sido reproducido tantas veces en tantas formas diferentes, símbolo nacional, un poco como el Guernica.

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